José Rafael Revenga Noviembre
16, 2015
jrrevenga@gmail.com
@revengajr
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Haber conocido a
José Antonio Abreu por más de medio siglo y haber sido testigo recurrente de su
desempeño en múltiples y variadas circunstancias las cuales requerían, en
medidas desiguales y cambiantes, tanto la absoluta discreción personal como el
arrojo en la persecución de objetivos de interés colectivo, me hace tanto más
difícil delinear algunos trazos de su persona como homo politikos.
JAA logra
resolver el gran dilema planteado en la conducción de los modelos de gestión
gubernamental de una sociedad: la contradicción entre la opción por la libertad
y aquella que enfatiza la justica igualitaria. El Maestro, a través de sus actuaciones en la
plaza pública y en la dimensión privada, desmontó el supuesto inevitable
desenlace: la exclusión de uno de dichos factores si el alterno se hiciera plenamente
presente.
Su hazaña
herculeana se impuso al considerar que la superación de la circunstancia
existencial de cada quien tiene que fundarse en la capacidad personal de
liberación la cual, a su vez, requiere para potenciarse de oportunidades intencionalmente
diseñadas para compensar las carencias y las deficiencias iniciales las cuales
aumentan el riesgo de un enclaustramiento en la pobreza de todo tipo.
Hace unas
distantes tres décadas Arturo Uslar Pietri presencia un concierto de la Sinfónica
Nacional de la Juventud Venezolana Simón Bolívar la cual ejecutaba la Segunda
Sinfonía de Mahler: Resurrección.
Uslar comentó
para ese entonces:
“Yo paseaba la
vista curiosa y desconfiada por el paisaje de aquellos rostros juveniles
serenos, serios y casi transfigurados… pero a cada compás mi angustia se
transformaba en emoción, en silencio contento, en satisfacción inexpresable…Era
una nueva y estimulante presencia, una viva esperanza, lo que allí se asomaba
era el rostro de un país distinto y mejor del que solemos ver en la faena
diaria y en la mezquina pugna de intereses subalternos… Yo solo sé decir que
sin ella el presente del país sería distinto y con ella el futuro tiene que ser
mejor”.
Hace pocos años
conversábamos Alba y yo con el Maestro cuando se me ocurrió mencionarle si
conocía la magna obra Filosofía de la
Música del eminente y bien recordado Juan David García Bacca. De inmediato,
sus ojos brillaron con las ansias propias del deseo de adquirir saberes
adicionales.
Cuando nos vimos,
un par de días más tarde, el Maestro tenía en sus manos una fotocopia de la
voluminosa obra que le facilité.
En dicha ocasión
le comenté al Maestro que el Filósofo había escrito al final de su vida:
Después de filósofo es mi postrer deseo
Llegar a ser músico,
grande o pequeño.
El Maestro manifestó,
inmediatamente, su sorpresa llena de admiración.
En memoria de
aquella informal conversación se me viene a la mente un decir de Sócrates en
cuanto a la finalidad de la res publica:
“difundir la felicidad a lo largo de la ciudad
al lograr conducir a los ciudadanos a la armonía entre ellos…”.
Y para ello se
requiere educar a los guardianes-conductores-gobernantes de la republica como Sócrates le indica a
Glaucón, hermano de Platón,:
“Y la primacía de la educación musical –dije yo- no se debe, Glaucón, a que nada hay más apto que el ritmo y armonía para introducirse en lo más recóndito del alma y aferrarse tenazmente allí, aportando consigo la gracia y dotando de ella a la persona rectamente educada, pero no a quien no lo esté?”
El Filósofo,
inspirado en Platón, hubiera podido comentarle al Maestro:
Que la política es música, la máxima
Hablando de filósofos y música, Federico Nietzsche sentenció con radicalidad: "Sin la música, la vida sería una equivocación".
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